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Un viaje a Popayán pag.2.  Esta página pertenece a
Rafael Tobar Home Page.





El puente del Humilladero data de 1868.
Tiene una longitud de 240 metros de largo por 5 metros y medio de ancho,
y está fabricado sobre once arcos de ladrillo.

Ciudad alta, ciudad baja (3536 bytes)

Sociedad de medianos propietarios, ganaderos y agricultores, visitan sus fincas con asiduidad pero viven en la ciudad, en ella, como hace centurias realizan sus negocios, tertulias y ritos.
La ciudad alta, la histórica, está unida por un lado a la baja, popular y bullanguera, por el Puente del Humilladero, construcción sugestiva, aunque no muy antigua, en cuyas arcadas inferiores se ejecutan conciertos sinfónicos. Allí, por Semana Santa, se lleva a cabo el Festival de Música Religiosa, que reune visitantes del mundo entero.


Los portales payaneses (3943 bytes)
 

En las esquinas de la ciudad blanca se conservan grandes bloques de cantera que son refuerzo de la estructura y que anteriormente servían para el sogueo de reses ariscas.
Los sismos y las modas, al igual que la arquitectura religiosa, ha marcado con una diversidad de estilos la civil. Los portales payaneses registran todo el proceso.
Por ejemplo, aquellos de las grandes casonas de la familia Mosquera, en la Calle del Seminario, llevan el frontón en tímpano y los portalones  sobre pilastras jónicas. En el caso de la familia Torres, se utilizó una combinación de piedra y ladrillo, con pilastras toscanas cajeadas y marcos barrocos en las ventanas.
La muestra académica del barroco civil payanés se observa en el portal con el escudo de armas de la familia Ibarra, contruído con un sugestivo efecto de profundidad al tratar en repetición los perfiles de las pilastras. En contraste en la casa de los Segura y Ayerbe se encuentran soberbios arcos mudéjares en los zaguanes y rico enrejado en hierro, con los escudos de armas.
 

Los relojes van marcando 
las seis de los venados.
Parece que el sol agotado 
de su diaria labor de dar vida,
quisiera retirarse a descansar.
Los últimos rayos se estrellan 
contra las paredes centenarias, 
en  pinceladas de oro y grana.
Los faroles, a medida que el 
sol se oculta, iluminan las
apacibles calles vespertinas.
Mi ciudad también quiere 
descansar.

Existen, por otra parte, casas como la que perteneció a Julio Arboleda, con el patio al
estilo pompeyano, de columnas estucadas y capiteles circulares. En los frisos  pinturas con motivos de cornucopias, cabezas de buey y arcos.
Otro aspecto característico de la arquitectura payanesa es el efecto monumental de los claustros de las residencias, como las mencionadas de la familia Mosquera, construídas las arquerías sobre pilastras jónicas, o la casa de la familia Angulo, con sus galerías y salones abovedados, con obra de ladrillo en arcos y colúmnas de diseño toscano, siendo esta residencia el mejor ejemplar del neoclásico en la ciudad.

En la residencia de los Torres aparece otro vigoroso claustro en que las columnas dóricas soportan arcos de medio punto.

Estas casas, excepto las que se han reservado para museos, están habitadas por los descendientes de sus constructores.

Un espíritu muy peculiar en los payaneses a determinado una especie de rito de conservación de los modos y costumbres hasta el punto que se usan los mismos muebles, vajillas y artefactos de cocina de hace siglos, con algunas pocas innovaciones de la vida moderna. Esta circunstancia aleja a Popayán, virtualmente de la estandarización impersonal del resto urbano nacional, fenómeno que ha impreso en
aquella comarca una indefinible atmósfera de instrospección, de callada espectativa y de sutil humor.


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Monasterio lleno de leyendas.
Tus amplios corredores escucharon, 
por siglos, los salmos y responsos 
de los religiosos de clausura.
Las campanas del Angelus aún resuenan
en tu paredes coloniales. 
Todavía escucho tu silencio de oración, interrumpido solo por el susurro del viento y el cantar de las mirlas.

                          Hotel Monasterio (Patrick Rouillard)
Las dotaciones para viajeros se perfeccionan gradualmente.
Popayán cuenta con varios hoteles para atender la gran cantidad de visitantes durante la Semana Santa, algunos de gran belleza como el Hotel Monasterio, enorme construcción que fue anteriormente el Convento Franciscano, declarado Monumento Nacional.

Ha conservado intacta su estructura de arcadas monuentales y es, seguramente,  uno de los más sugestivos alojamientos que puede hallar un turista en América.


La vida nocturna ha comenzado a cobrar intensidad en grilles y discotecas ubicadas en la zona céntrica.


La infraestructura turística será insuficiente para la gran afluencia de viajeros y por esa razón están en estudio ambiciosos planes para aumentar la capacidad hotelera y de servicios especializados.


Después del terremoto de 1983 la ciudad renació como un ave fénix, la tecnología de nuestro tiempo se puso al servicio de la reconstrucción y el resultado fue asombroso: una ciudad remozada, con todo el esplendor colonial.



 

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El Domingo de Ramos de todos los años, una figura de Cristo coronado de espinas, tallada en el siglo XVII, desciende bamboleándose en hombros de los payaneses, desde la Capilla de Belén hasta la Iglesia Catedral, poco después en otra secuencia patética,  los fieles transportan por la misma ruta la efigie del Señor Caído, que representa con todo el expresionismo barroco  al Cristo después del castigo de los azotes.

Así comienza un rito que lleva más de cuatrocientos años, repetido sin mayores variaciones, aunque quizás con
aumento del boato y de espectadores, pues en los últimos años las multitudes han crecido con visitantes de otras ciudades de Colombia y de muchos países extranjeros.

La Semana Santa en Popayán toma la dimensión de una catársis anual del espíritu, muy especial de la ciudad, conformado por profundas vivencias de permanencia y de renovación cultural.
El aparato ceremonial es estricto y complicado y afecta verticalmente a toda la comunidad; las personas que llevarán los pasos han sido designadas desde muchas generaciones atrás y las nuevas familias deben resignarse a un proceso de espera para esta distinción simbólica. Las dos figuras dolientes de Cristo, El Santo Ecce Homo y El Señor Caído, esperan en la Catedral varios días, mientras otras ceremonias tienen efecto.
El Martes Santo, se efectúa una procesión nocturna, en la que se llevan cuatro imagenes, desde la Iglesia de San Agustín hasta el centro de la ciudad, en una lenta caminata alumbrada por miles de antorchas que han sido encendidas previamente en la Catedral.
Una banda de músicos toca el Requiem, precediendo a los portapasos que visten túnicas oscuras, con capuchones sobre la cabeza.
Tras la fila de las imagenes avanza un cortejo de acólitos de sotanas rojas que portan incensiarios, campanillas y un gran crucifijo.
La procesión se cierra con la bella imagen de Nuestra Señora de los Dolores.
 

Yo no te recuerdo solo en Semana Santa, 
Madre, porque estás conmigo todos los días  de mi existencia, y me encomiendo a Tí  antes de comenzar mis labores,
con esa fé que no pregunta nada, que nace así,  sencilla y sin reservas.
Siempre has sido mi guardiana; Señora, 
desde el día que cuando niño, te conocí 
en un inmenso cuadro griego que adornaba la sala de mi casa. 
Frente a Tí se inclinaron mis padres, mis tíos y familiares, desgranando en sus dedos los rosarios,  ofreciéndote el alimento espiritual de la oración, 
para que Tú los bendijeras.

La procesión del Viernes Santo es la culminación plena de silencioso dramatismo, de todo
el ceremonial anterior. Es la representación simbólica y torturante de todo el drama de La
Pasión, antes de la crucifixión. La imagen de La Muerte, es un esqueleto que sostiene con
su osamenta una gran guadaña. Un grupo de  hombres que portan martillos cinceles y otras 

herramientas encarnan a quienes retiraron de la cruz el cuerpo ensangrentado. Angeles
con los símbolos de la pasión van recordando a la audiencia contrita cada uno de los
episodios del gran drama. Y finalmente, avanza El Santo Sepulcro, elaborado en marfil y
carey en el que reposa la imagen de Cristo después del descendimiento.
Este rito es único en América por circuntancias excepcionales del contorno físico y de los
recursos de arte y culto que son necesarios. La decoración deslumbrante de los templos
centenarios en los que los altares, estatuas, púlpitos, cantería de los portales y de las
pilastras, son verdaderas obras maestras del barroco colonial, el mismo escenario de las
anchas calles y de las enormes casonas y palacetes, cuidadosamente encaladas y con sus
ornamentaciones en hierro y cobre relucientes y, concretamente, la comunidad altamente
receptiva a cualquier estímulo del arte, que se incorpora a la ceremonia plenamente, no
como un evento turístico, sino como un acto íntimo y cierto de la vida espiritual que tiene
trascendencia social.
Hasta hace pocos años la Semana Santa era un evento que no rebasaba los límites de la
ciudad, pero el gradual desarrollo del turismo internacional y también del interno al abrirse
las rutas aéreas y las conexiones terrestres, fijaron inevitablemete a Popayán dentro de
los planes de la agencias especializadas.

La Ñapanga payanesa, única en lo auténtico



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      La Pamba (Rafael Tobar)
Al fondo se aprecia el Morro de Tulcán  donde se alza la figura ecuestre de
Don Sebastián de Belalcázar, fundador de la ciudad. Obra del escultor Victorio Macho.
El Morro fue antiguamente un cementerio indígena.



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      La Pamba (Rafael Tobar)
Al fondo se aprecia el Morro de Tulcán  donde se alza la figura ecuestre de
Don Sebastián de Belalcázar, fundador de la ciudad. Obra del escultor Victorio Macho.
El Morro fue antiguamente un cementerio indígena.
 

Calle de La Pamba
Sergio  Rojas

Mi barrio se llama La Pamba,
donde vive mi negrita, una mujer menudita,
pero para decir caramba!
camina bailando el porrito que es un ritmo suevecito y jugetón.
Por eso cuando ella pasa quisiera darle un apretón,
quisiera alla en sus brazos dejar entero mi corazón.
Y en esa calle del viejo barrio, el más antiguo de Popayán, miles de almas transitan y aún se siente el deambular; el paso leve del artesano y el castellano en su cabalgar y en la calle del viejo barrio había un chorrito tan colonial
con larga historia de corazones que allí calmaban su sed de amar.

Samaritana del agua pura y cuentos viejos de Popayán.
Qué lindo cantarle a La Pamba, a su hermosa callecita donde vive mi negrita y otra vez decir, caramba!
Cantarle con sencillez bella, recordando los aleros y el portón. Por eso cuando yo sueño, con ella sueña mi corazón.

Y en esa calle del biejo barrio, el más antiguo de mi ciudad, miles de almas han transitado y aun se siente su deambular.
El paso leve del artesano y el castellano en su cabalgar; y en esa calle habia un chorrito tan colonial con larga historia de corazones que allí calmaban su sed de amar.


Por El Empedrado, La Pamba, El Cacho, El Achiral,  La Legislatura o El Humilladero, las gentes de Popayán discurren en paz y sin prisa, los buses de las líneas de transporte urbano no alcanzan a perturbarlos. Los automóviles, educados a la manera payanesa, respetan las señales de tránsito , ruedan sin apremio y ceden el paso a los transeúntes.
Valencias, Velascos, Iragorris, Angulos, Tobares, Paces, Paredes, Arboledas, Obandos, Gómez, Mosqueras, Arroyos Zambranos, Vejaranos, Sarrias, Muñoces y millares de caucanos más caminan sin sobresaltos por las calles rectas y blancas.
 

Claustro de Santo Domingo

El Claustro de Santo Domingo 
es sede de la Universidad del Cauca. Fue fundada el 11 de Noviembre de 1827. Su primer rector fue el sacerdote  Manuel Jose Mosquera. Los primeros estudios fueron de filosofía, 
matemáticas, jurisprudencia y teología.

En 1835 se iniciaron losestudios de medicina.

Hoy se dicta cátedra en lassiguientes facultades: 
derecho, ingeniería civil, ciencias de la salud, 
ingeniería electrónica, contaduría, humanidades
y ciencias de la educación

Foto: Patrick Rouillard


 

 


Casa de la Hacienda Calibío, en donde se libró el combate del 15 de enero de 1814, entre las fuerzas libertadoras de Nariño y Cabal y las tropas españolas que comandaban Sámano y Asín. Este último pagó con su vida el arrojo que le faltó al primero. 

La ciudad a puesto sordina al estrépito de la época y frenos de tibio aire al vértigo de nuestro tiempo. El ritmo de la capital caucana aún se conserva acorde con la dignidad de las personas, especialmente con las del payanés, una dignidad de oscuro traje, maneras corteses, atemperado orgullo y volcánicas reservas de buen humor.
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